Fuente: Estilo
domingo, 26 de septiembre de 2010
La comparación más tentadora es lo primero que ella se encarga de echar al tachurín: “No me resulta creíble la poesía ni el rock (¡ni el periodismo!) que se para en un escalón, que no es capaz de hablar de igual a igual, que no es irónico y que no encuentra una vuelta de humor. Me pasa con lo político (ponele, el rock denso de denuncia) y me pasa con lo romántico (cuando deviene cursi). No sé, me atrevería a decir que son fórmulas caducas (¿alguien se puede decir a sí mismo poeta? ¿no da ya como risa?), pero también están los gustos, los efectos y las recepciones”.
De movida, la actriz, cantante y escritora que estará en la Feria del Libro provincial detrás de la mesa de Poesía Cantada, te despeina.
– Pero ¿tenés un lugar especial en tu disquetera para los músicos-poetas del rock argentino?
– Más que nada tengo sensaciones de algunos personajes que por ahí no escuché mucho pero que me impactaron de diferentes modos: Federico Moura (todo él, sus movimientos, su gracia, ese pop rock juguetón que lo electrizaba) y las letras que hacía Roberto Jacoby para Virus, letras críticas inteligentes, muy rockeras, diría yo.
Después, investigando, buscando ejemplos para los talleres, me encontré con Ricky Espinosa, el vocalista de Flema.
Rosario dice que suele clavar una ‘letra espinosa’ entre tangazos, sin decir de quién es y que el efecto viene simultáneo: “Como una suerte de torniquete emocional, tan preciso, Ricky te tira un manifiesto en dos palabras”.
-Ah, la síntesis poética…
-Claro. En esa búsqueda siempre le estoy sacando la punta al lápiz.
-¿Y cuáles son los libros-clave de tu biblioteca?
– Hay uno que tengo como amuleto y que siempre me da algo. No importa lo que esté buscando en ese momento. Inconseguible, se llama “Los 500 poemas de los niños de Jesualdo”.
No tiene idea de cómo llegó a su repisa, pero Rosario explica conmovida que el libro está escrito por nenes de un pueblito cercano a Colonia, en Uruguay, todos alumnos de una escuelita a la que, por los años ’30 o ’40, fue a parar un pedagogo iluminado (Jesualdo) con la idea de educar a través de la música, la literatura y la plástica.
“Imaginate, una transgresión total para el acartonamiento de la época, porque es importante aclarar que esto fue bastante antes de los ’60. De hecho, la antología tiene un estudio preliminar que defiende la importancia de la imagen poética como única vía de comunicación en la infancia, eso que el colegio va haciendo mierda (lo dice así, literalmente, ‘lo va haciendo mierda’)”.
Rosario habla caminando.Va a buscar a su hija a la escuela. Pasa a través de los bondis, de los taxis, de las paredes, abstraída en su relato. “Amo ese libro. No se parece a nada. Me digo siempre que algún día voy a poder escribir así, como esta nena”.
La biblioteca alucinante de Bléfari se completa con otra rareza: “Una edición aburrida, de tipo escrito ruso/técnico, que me sirve como un tractus sobre la pasión por el arte: ‘Cinematismo’, de Serguei Eisenstein”.
Ahí halló ejemplos de sus antojos textuales favoritos: las listas. “Y el tipo te pone, por ejemplo, la lista de los objetos del teatro funambulesco de no sé dónde, y a vos eso te dispara un mundo entero: tres paraguas rojos, dos pollos de cartón…”
Todo puede inspirar. Ésa parece ser la actitud con la que ella cocina sus ‘ratatouilles’ verbales. Especialmente cuando está saboreando exquisitas ediciones temáticas. “Ah, sí, recomiendo ‘Libros de las criaturas que duermen a nuestro lado’, de Teresa Arijón y Arturo Carrera, excelente compañía”.
Aunque la imagen -que no será todo, pero algo es- de la chica tocando la viola en la punta de la cama sirve al mismo tiempo de portada de su poemario (“La música equivocada”, Mansalva, 2009) y a la vez como suerte de arte de tapa, la autora consiente que quiso darle sobre todo visibilidad a la poesía para sacarla del cajón.
– ¿Y cómo combinás esa espontaneidad de tus textos sueltos con la dramaturgia?
– Simple. Para escribir teatro busco a otra persona.
– ¿A dos manos?
– Sí. Yo estoy todo el tiempo con la música, pero por el teatro voy y vengo. Las últimas obras las hice con Susana Pampín (se llaman “¿Somos nuestro cerebro?”, “¿Somos nuestros genes?”) y aproveché todo su conocimiento del ‘problema’ dramático. Fue divertido: las ideas fluían.
Su casa, su taller, su cabeza parece abierta a todo proyecto, sobre todo si viene indie.
“Creo que el indie ha tenido mucho que ver con el contacto mano a mano con los músicos. Quiero decir: en los ‘80 vos veías a Moura o a Celeste Carvallo y era como ¡guau! Iban como empaquetados por las discográficas. Internet cambió eso. Pero algunas cosas quedan en el imaginario. Me topé hace un tiempo con Celeste en un festival y sólo me dio para sacarle foto como una pequeña grupie”.
Como sea, Rosario se mueve entre afinidades electivas: eligió a Beatriz Vignoli, la escritora rosarina, como complemento lírico en un ciclo en el que cada músico elegía a un poeta. Boceta personajes para teatro y cine. Recita, enseña, zapa.
– ¿Creés en la inspiración?
– La inspiración está dispersa. Prefiero que me encuentre trabajando, que me encuentre escribiendo papelitos sin destino.