Fuente: Letras S5
Por José Molina
Me ocurrió algo curioso cuando intenté escribir algo acerca del libro Las máquinas simples (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2009) de José Luis Bobadilla (Ciudad de México, 1974), me instalé seriamente frente a una escritura que se ha limado en la naturalidad. Limado y no pulido porque el segundo sería lo contrario. Me pasó justo lo que dice la anécdota de Pound con el estudiante cegado por los preceptos escolares e inhábil para poder expresar el color rojo, la lógica antepone clasificaciones y aclaraciones que la mente parece incapaz de eludir.
Así que volví a la carga y obtuve la textura en la línea que también hace del título de esta nota. La poesía de José Luis puede recrear gotas de lluvia, hay mucha lluvia en sus poemas, y hacernos observar el peso de la caída, el sonido, el desplazamiento, asistimos al fenómeno total al compás de una voz que se afirma y que no titubea en retroceder cuántas veces sea necesario: “líneas de agua intermitentes inclinadas/ gotas que fueron besos/ sellos intempestivos/ formas del amor/ arañitas que tejían/ una opacidad…”
Las máquinas simples es una compilación de poemas, notas y traducciones de un escritor, cuya obra abarca libros, publicados e inéditos, de poesía, ensayo, novela y traducción. Los tópicos se persiguen constantes a lo largo de sus escritos, la afloración de las ideas nace a partir de una decisión firme en cuanto al oficio que le permite ofrecer perspectivas y proponer relaciones. No por casualidad las palabras de Francis Ponge surgen como una médula a través de la descripción que José Luis hace del impulso: “la oportunidad de perfección verbal o el sentimiento de una suerte de precariedad.”
Su poesía se ha nutrido de las expresiones más sólidas de la vanguardia norteamericana, de las cuales él ha traducido admirablemente a Michael McClure, David Antin y Cid Corman, pero, al mismo tiempo, sus poemas empujan inflexiones notables de la poesía peruana, de la cual José Luis es un entusiasta lector -gracias a él conocí la poesía de Emilio Adolfo Westphalen y José Watanabe- y de la poesía brasileña, en especial el corte mito-científico de Haroldo de Campos.
Las máquinas simples son el acto de amor de este poeta, que sin medida descubre inteligencia y emoción en cada uno de sus versos.
y todo cuánto existe
la garra que ha pasado por la nube
el sol de la mañana
los cristales lamidos por los días
la bugambilia escuálida
y aún sumada
de fucsia + fucsia
y más
el limón bien cargado
alto y sereno hacia la luz
y todo
todo cuanto existe aquí
para arremolinarse
de afuera a adentro
de abajo a arriba
desde un pedazo de tierra seca
lodo resquebrajado y aún preservando vida
todo y todo cuanto existe
para que en un desliz
de no se sabe qué
el dedo vaya hacia la tecla
resulte la ecuación
en un retoño frágil-total
blanco muy blanco
de un geranio
(en invierno
todavía…)